Nadie que sea decente lo defiende hoy, solo el viejo aparato de la corrupción legitima sus actos.
Por: Alberto Morales Gutiérrez
Medellín es hoy una sociedad desmoralizada. Esa carencia de moral hizo desaparecer el entusiasmo colectivo. No hay en el Medellín de hoy un ideal para compartir, un proyecto conjunto. La nuestra es una sociedad engañada que se mueve a los equívoco vaivenes del algoritmo. Estamos viviendo una tragedia ética de dimensiones colosales.
El alcalde Quintero llegó al poder instalado en una gran mentira. Se presentó como un candidato “alternativo”ajeno a toda componenda con los partidos tradicionales y las mafias de la corrupción pública, cuando hoy se hace evidente que todo su accionar está al servicio de esos oscuros intereses. Generó la ilusión de que su triunfo era una derrota para el uribismo, mientras por debajo de la mesa pactaba con una fracción del Centro Democrático para entregarle sin pudor, como en efecto lo hizo, el manejo de EPM.
Parecía una jugada maestra: La fracción uribista aliada es enemiga acérrima del uribismo que encarnaba el otro candidato derrotado y eso contribuyó a construir su pose de “independiente”.
La decisión torpe de los derrotados (o… ¿decisión pactada?) fue graduarlo de petrista, para hacerlo un “independiente de “izquierda”. ¡Hágame el favor!
A fuerza de galimatías y de slogans, quiere revestir con un halo de “dignidad” y “respeto” por los intereses supremos de la ciudad, lo que en realidad es un asalto audaz y desmedido por hundir eso que Medellín ha construido a lo largo de los años. El negociado inocultable aflora por donde quiera que pasa.
Con Quintero se tejió por parte de los clanes políticos tradicionales un plan siniestro para tomarse toda la institucionalidad, que amenazaba con perderse dado el desencanto de la ciudadanía. Engañó a muchos demócratas, engañó a gente decente, los utilizó, publicó sus fotografías con él, para “simbolizar” su independencia y los encargó de comisiones de empalme con la administración saliente, a otros los nombró incluso en algunas juntas directivas y, a renglón seguido, procedió de inmediato a protagonizar su festín de cargos entregados a ineptos de la más variada calaña, recomendados por sus aliados de la corrupta política tradicional, mientras los corresponsales en Bogotá, también engañados, glorificaban el triunfo del “alternativo”.
Las renuncias de la Junta Directiva en pleno de EPM y de parte de la Junta directiva de RutaN han sido presentadas de manera grosera, como renuncias inspiradas en la defensa de los intereses de contratistas, bancos y empresarios que se han lucrado con las tragedias. Nada más lejano a la verdad.
Han renunciado porque las asumió como figuras decorativas, que se enteraban de decisiones tan trascendentales como el cambio del objeto social de EPM o las demandas millonarias (que manejará el también corrupto y mentiroso exmagistrado Carlos Bernal) se enteraban – digo – a través de la prensa, violando todos los principios del gobierno corporativo. Un patán.
Ingenuo que es uno, pensé en un principio que este Quintero era una figura maquiavélica de inteligencia criminal avanzada, que urdió toda esta operación siniestra, inspirado en una vocación de poder enfermiza. ¡Qué va!
Quintero es el típico personajillo menor que termina seducido por las redes del poder. Imagino el temor reverencial con el que escuchaba a sus patrocinadores en esos encuentros clandestinos, la manera como les respondía al recibir sus instrucciones: “si doctor, claro doctor”. Lo imagino despidiéndose sin mirarlos a los ojos, “no se preocupe doctor”, mientras salía alebrestado a las calles al día siguiente agitando sus manecitas de títere, repitiendo el libreto sin equivocarse y convencido, ingenuo él, que pasaría a la historia. “Como usted diga, doctor”
En estos días afirmó que había llegado a la alcaldía como consecuencia de un milagro divino, pues las condiciones eran muy difíciles. ¿Difíciles?
Ah. Quintero el troyano es apenas el simulacro de un caballo, un decadente caballo de madera, un vil instrumento que llegó cargado de todos los males y se infiltró en la ciudad.
Nadie que sea decente lo defiende hoy, solo el viejo aparato de la corrupción legitima sus actos.
Tal vez Kant deja un mensaje de esperanza: “No es legítimo pensar en una ética política, pero si en una política ética que es distinto”. Quizá lo que va a salir de todo esto, es una especie de reacción dialéctica: que nos comprometamos, como dice Victoria Camps, en un proyecto moral común, que nos moralicemos, que seamos capaces de reconstruir juntos, los ideales éticos de la política.