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NADA ES ETERNO EN EL MUNDO

Tan normales como el ciudadano “decente” que grita “¡plomo es lo que hay”, o aquel otro que, enfurecido esta semana con alguien que no compartía sus ideas, clama a su acompañante: “pásame la pistola”.

Por: Alberto Morales Gutiérrez

Bueno, hay mucha indignación y angustia entre los seguidores del senador Álvaro Uribe por el hecho reciente de que la Corte Suprema de Justicia decidió privarlo de su libertad, en el marco del proceso que le adelanta por una posible manipulación de testigos. El señor Uribe se encuentra recluido bajo la figura de casa por cárcel en su hacienda El Ubérrimo.

Funcionarios estatales, desde las “alturas” del controvertido presidente Duque, dirigentes empresariales, “periodistas”, ganaderos, finqueros, encumbradas amas de casa y negociantes independientes, claman con furor exigiendo su libertad inmediata, arguyendo que el detenido no solo es decididamente inocente sino que “con su ejemplo se ha ganado un lugar en la historia de Colombia”

Gritan que hay que cambiar la constitución de inmediato, que hay que reformar la justicia ya, que las reservas del ejército deben prepararse y que el país se va a encender. Uno los mira, aprecia sus ojos llorosos, y – hay que decirlo – pareciera que su dolor es genuino.

¡Que nadie toque a su presidente eterno!

El estribillo es un coro de tragedia griega: Se trata del cumplimiento de un pacto siniestro acordado en la Habana, una conspiración del castrochavismo, una venganza de la izquierda, un operación internacional.

Nadie de ellos reflexiona sobre la existencia de la más mínima posibilidad de que el señor Uribe haya incurrido alguna vez en un acto doloso. No. Ninguno de ellos mira que este caso en particular se inició cuando el senador Uribe acusó al también senador Cepeda de estar comprando testigos y que, en el marco de esa investigación, las interceptaciones permitieron descubrir que quien estaba comprando los testigos era el que denunciaba. Para los adoloridos, eso es imposible, como son imposibles los centenares de denuncias existentes sobre los más diversos delitos de los que se le acusa, en los que se incluyen conspiraciones, muertes, desapariciones, encubrimientos, felonías.

¿Qué explica esta ceguera, este nivel de obnubilación, esta ausencia total de razonamiento crítico, esta justificación a ultranza de todos sus actos? 

Hannah Arendt, en su texto “Eichmann en Jerusalén, un estudio acerca de la banalidad del mal” (LUMEN 1968) pareciera dar algunas luces, desde la perspectiva de dos variables en las que ella profundiza: “Los crímenes contra la condición humana” y “la aniquilación del espíritu”.

Se sorprende ella al descubrir la existencia de muchos hombres como Eichmann que estuvieron al servicio de Hitler, y que “no fueron pervertidos ni sádicos, sino que fueron y siguen siendo, terrible y terrorificamente normales”. Tan normales como el ciudadano “decente” que grita “¡plomo es lo que hay”, o aquel otro que, enfurecido esta semana con alguien que no compartía sus ideas, clama a su acompañante: “pásame la pistola”.

Descubre ella que muchos de los responsables de los envilecimientos a los que sometieron a los judios en los campos de concentración y cumplían las órdenes de llevarlos a las cámaras de gas, eran personas “normales”, que no eran ni débiles mentales, ni cínicas, ni doctrinarias, pero eran absolutamente incapaces de dinstinguir el bien del mal. Si, “pásame la pistola”.

Ese fanatismo exacerbado que carece de toda reflexión, descubrió Hannah Arendt, “no atenta únicamente contra la personalidad e integridad física de las víctimas, sino que también da lugar a un “nuevo tipo de criminal”, un criminal que comete sus delitos en circunstancias que casi le impiden saber o intuir que realiza actos de maldad”. Son personas a las que se les ha aniquilado el espíritu – ¡plomo es lo que hay! -También son víctimas.

———–Heráclito, en el 400 antes de nuestra era, profundizó en eso que llamó “panta rei”, que quiere decir: todo fluye. Sustentó que el cambio es inexorable, demostró el carácter de lo efímero. Tal vez sus enseñanzas permitieran entender a los angustiados con el flujo de la ley, que el señor Uribe, como todo, es una figurita evanescente.

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