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Al Alberto

En septiembre lo vimos…

Por Alberto Morales Gutiérrez

Nostalgia es la palabra que define la sensación de leer “En agosto nos vemos”. No soy capaz de entender la razón por la cual decidieron publicar un texto que Gabriel García Márquez entendió que era fallido. No le gustó, no lo reflejaba, no lo satisfizo.

Todos los escritores, los más exitosos, los más encumbrados, los escritores invisibles, los cronistas, los que jamás han publicado; saben cuándo un texto no los representa, aunque lo hayan escrito. ¿Hay en él frases afortunadas?, ¡sí!, ¿ideas bien concebidas?, ¡sí!, pero no es un texto acabado. Son ejercicios que deben quedarse en donde el autor lo quiso.

Gracias a los malos oficios de Platón y Aristóteles, los sofistas pasaron a la historia como los campeones de la retórica, “desarrollaron un razonamiento cuyo objetivo es solo la eficacia persuasiva, y no la verdad”. La estigmatización hizo del sofismo un sinónimo de falacia y, a pesar de los esfuerzos de algunos pensadores contemporáneos por reivindicar otros aspectos de su sabiduría, no ha habido manera de que su imagen cambie. Así, Protágoras de Abdera, Gorgias y Empédocles (para no citar sino a tres) están más o menos perdidos en la historia.

Hago referencia a los sofistas, porque me parece que la retórica de los defensores de la publicación tiene todos los matices de una falacia, una retórica embaucadora.

Así, y como consecuencia de la nostalgia, empecé a recrearme con algunos de sus cuentos; a devolverme en el tiempo, a regodearme con sus relatos iniciales; sus novelas cortas escritas en la efervescencia creativa, sin la presión de la gloria alcanzada. Leí también sus historias periodísticas y sentí que el hombre fue traicionado.

Esas crónicas de “Cuando era feliz e indocumentado”, escritas a la edad de 30 años, presionado por la urgencia del cierre de la edición del periódico, reflejan en toda su dimensión la manera como García Márquez asumía el oficio; la pasión por el detalle, la suma de variables que incorporaba a la información, la obsesión por el contexto, la intensidad del esfuerzo por marcar una diferencia y emocionar e interesar y seducir al lector.

Mire esta perla del ya remoto 1957: “Sofía Loren se había vestido de novia, en Hollywood, para filmar la escena de una película – el 21 de septiembre – cuando un tribunal de México – a 5.000 kilómetros de distancia – la declaró casada por poder con el productor italiano, Carlo Ponti, que en ese mismo instante se encontraba en Los Ángeles, conversando de negocios por teléfono con un empresario de Nueva York. Ese matrimonio que tenía algo de futurista, un poco de leyenda interplanetaria, no despertó en Italia el interés esperado. Tampoco en los Estados Unidos en donde la actriz italiana no ha logrado interesar a fondo el público de los estadios de beisbol. Los fanáticos de Nueva York se abrían paso a empujones para lograr un puesto en las graderías en el partido más esperado de la gran temporada, el 4 de octubre, cuando ya el mundo se había olvidado de discutir la legitimidad o ilegitimidad del matrimonio de Sofía Loren. En ese mismo instante “en algún lugar de la Unión Soviética”, un científico anónimo apretó un botón: el primer satélite artificial de la tierra, Sputnik I (que en ruso significa compañero) fue puesto a girar alrededor del globo terráqueo…” (el subrayado es mío)

Es magnífico, intencional y eficaz ese rodeo, para hablar del tema que promete el título de esa noticia: “Sputnik: el mundo aprende astronáutica”.

Y sí, el hecho es entregado con derroche de detalles: que el material con el que se construyó la esfera es todavía desconocido; que pesa 83,4 kilogramos; que tiene 52 cm de diámetro, 4 antenas y 2 emisoras de radio; que con una velocidad de 28.800 kilómetros por hora fue colocado en su órbita a 900.000 metros de altura; que un alto oficial de la fuerza aérea de los Estados Unidos declaró impasible que se trataba “de un trasto sin importancia”.

Y, desde luego, sonriendo, le pone toda la mala leche al remate: “Kruschev no había mentido cuando dijo que su país disponía de un cohete capaz de alcanzar cualquier objetivo del planeta…”

En 1954 (tres antes) tiene 27 años y escribe columnas en El Espectador. Toma usted una al azar: “La paz sea con vosotros” y lee sobre los arroyos en las calles de Barranquilla, habla del más puntual de ellos, el “arroyo de la paz” y, al empezar, el lector queda atrapado en una descripción, más que épica, mágica: “Cuando en Barranquilla llueve torrencialmente – y esta es una manera de decir las cosas, pues en Barranquilla siempre llueve torrencialmente- no se sabe dónde termina el río Magdalena y donde comienza la ciudad. Como antes de la creación, allí puede decirse que en el invierno la tierra no se ha separado de las aguas…”

Ya tocado por las hadas de la gloria, en “El amor en los tiempos del cólera” es capaz de atravesar en esa trama una confesión que, dado el carácter desmedido de ese amor del protagonista por Fermina Daza, pudo haber sido una confesión olvidada por el lector desprevenido: “Como una compensación del destino, también fue en el tranvía de mulas donde Florentino Ariza conoció a Leona Cassiani, que fue la verdadera mujer de su vida, aunque ni él ni ella lo supieron nunca, ni nunca hicieron el amor. Él la había sentido antes de verla cuando iba de regreso a casa en el tranvía de las cinco: fue una mirada material que lo tocó como si fuera un dedo…” (también en este caso, el subrayado es mío)

Álvaro Mutis, que fue su amigo entrañable, hace una descripción de la condición de escritor que anida en García Márquez y los que considera rasgos definitorios de su carácter: “una devoción sin límites por las letras, desorbitada, febril, insistente; insomne entrega a las secretas maravillas de la palabra escrita (solo don Quijote en su discurso sobre “las armas y las letras” había demostrado parecido fervor) y una madurez varonil, un sentido común infalible que en nada concordaba con sus 20 años, a los que había entrado ya con su ceño de bucanero y su corazón a flor de piel…”

No, no era necesario violentar la memoria de García Márquez apelando a la casi pornográfica obsesión de enseñarnos cómo la enfermedad del olvido hacía estragos en su asombrosa capacidad de escribir y en su gigantesco talento ; ese talento que está ahí, como un monumento, en cada uno de los textos que publicó de manera consciente a lo largo de su vida de creador portentoso. De verdad, no era necesario.

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18 respuestas a «En septiembre lo vimos…»

..”del ahogado el sombrero…” y “ por la plata baila el mono..”
Dos poderosos motivos para sacar ese libro.

Hola Eduardo. Es por lo menos patético, que argumenten otros intereses con la publicación, diferentes al dinero. Gracias por leer.

Buenas tardes Carlos Arturo. Es lamentable todo esto. Gracias por leer y comentar.

Definitivamente la plata todo lo corrompe…. Y si, no era necesario… gracias don Alberto…

La absurda obsesión humana por la inmortalidad (que no existe) porque un día, también se apagará nuestro sol y borrará hasta a Platón y a Protágoras… Eso por un lado y por otro lado perversa sociedad de consumo, que dónde ve ganancias, hace lo que sea. El respeto sería la mejor brújula para impedir estos desaciertos. Completamente contigo apreciado Alberto. No era necesario hacer está publicación.

La absurda obsesión humana por la inmortalidad (que no existe) porque un día, también se apagará nuestro sol y borrará hasta a Platón y a Protágoras… Eso por un lado, y por otro, la perversa sociedad de consumo que donde ve ganancias, hace lo que sea. El respeto sería la mejor brújula para impedir estos desaciertos. Completamente de acuerdo contigo apreciado Alberto. No era necesario hacer esta publicación.
P/D… repito mi comentario porque por escribir rápido se fue con errores.

Efectivamente Alberto, es apenas un asomo de lo que era García Márquez, pero cualquier borrador de él que encuentren, será publicado porque supone que aún muerto seguirá produciendo dinero

Hola Hernán. Muy bueno vete por aquí. Estoy de acuerdo contigo. Los borradores corren ese riesgo.

A veces creo que no fue escrita por el, es más, de pronto por algún familiar uniendo recortes de pequeños intentos.
Confieso que no la he leído, pero me fastidio de entrada la adjetivacion a veces pueril.
Gabo ya murió y son innecesarias más obras póstumas, menos en este tiempo de engaños y livideces.

Hola Juan Fernando. Yo si creo que lo escribió él. Creo que lo evaluó y creo que concluyó que no era publicable. No le gustó lo que hizo. Debieron respetar su voluntad

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