La “intelectualización” de la discusión pretende establecer una especie de dicotomía entre el concepto de “la historia” y el concepto de “la memoria histórica”. Para ellos, ese tema de la memoria es irrelevante. Los datos históricos sí son importantes porque se encuentran consignados en las fuentes oficiales que, como debemos saberlo -dicen – son las fuentes verdaderas, las fuentes objetivas, las fuentes que sí cuentan las cosas como son.
Por Alberto Morales Gutiérrez
El proceso de paz en general y el Informe Final de la Comisión de la Verdad en particular, han desatado no pocas discusiones alrededor del conflicto armado en Colombia. Es razonable, toda vez que existen diferentes versiones para explicarlo y analizarlo.
Tal vez una de las consecuencias más relevantes de ese debate, es la visibilización afortunada de la condición de truchimanes que anida en no pocos de los personajes que protagonizan la negación del conflicto.
Se dice que es un truchimán aquel tipo de persona taimada, inescrupulosa y sagaz, que logra sus objetivos mediante la práctica de métodos carentes de ética y moral. Los “vivos” de los que se habla en la jerga de la antioqueñidad.
Un representante destacado de la “truchimanía” es, sin lugar a dudas, el tristemente célebre Rubén Darío Acevedo, quien acaba de presentar renuncia a su condición de director del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH).
Su nombramiento en ese cargo y los actos más destacados de su desastrosa gestión, constituyen el reflejo y símbolo más representativo de la decisión política tomada por el gobierno Duque y sus patrones, en el sentido de volver trizas el acuerdo de paz. Su idea inspiradora era distorsionar a como diera lugar y con mala fe manifiesta, cualquier vestigio de la barbarie protagonizada por sectores del conflicto afectos a sus intereses; fundamentalmente el ejército, los paramilitares y los organismos de inteligencia del estado. A eso se dedicó Acevedo durante los 1.223 días que estuvo en la dirección.
La “intelectualización” de la discusión pretende establecer una especie de dicotomía entre el concepto de “la historia” y el concepto de “la memoria histórica”. Para ellos, ese tema de la memoria es irrelevante. Los datos históricos sí son importantes porque se encuentran consignados en las fuentes oficiales que, como debemos saberlo -dicen – son las fuentes verdaderas, las fuentes objetivas, las fuentes que sí cuentan las cosas como son.
La historia de “la historia” tiene mucho de largo y de ancho, pues está integrada al grupo de disciplinas que se han encargado precisamente de estudiar al ser humano y su relación con la sociedad. Se trata de áreas del conocimiento que están ligadas entre sí y aluden a temas tales como el lenguaje, el arte, el pensamiento, la cultura, la sociología, la ciencia política, la filosofía, la hermenéutica, la teoría de las religiones, la estética, la educación, la psicología, la antropología.
La particularidad de la historia es que se encarga de relatar, documentar y de estudiar los acontecimientos ocurridos. Es por ello que el orígen de la historia se remonta entonces al año cero de la invención de la escritura. Es historiografía.
Ahí están los relatos escritos, las cartas, los archivos. Pero también hay fuentes a las que recurren los historiadores cuando no se cuenta con el texto escrito: restos culturales, reliquias, pinturas, artesanías, ruinas de construcciones, en fin.
Hay una vocación transdisciplinaria en la historia, pues se nutre de áreas tales como la paleontología, la mitología, la arqueología, entre otras.
Paradójicamente y de cara a las diatribas de los negacionistas, se ha dicho de la historia que es “la ciencia de la memoria”.
Se ha convertido en axioma la afirmación según la cual “la historia la escriben los vencedores”, pues se consigna siempre la versión triunfante. Mire nada más la práctica de la antigua justicia romana, que incluía en las condenas judiciales la Damnatio memoriae, diseñada para desaparecer cualquier “vestigio o recuerdo del enemigo del Estado, incluyendo la prohibición de citar su nombre” . Fueron célebres las mutilaciones en las fotografías de la Rusia estalinista, que simplemente borraban a los camaradas que habían sido proscritos por el jefe supremo.
Está probado entonces que la historia, así concebida, tiende a invisibilizar a los otros, a quienes no ostentan el poder. A lo largo y ancho del mundo, abundan los grupos sociales invisibilizados por la historiografía: las mujeres, las negritudes, los pueblos originarios, las culturas colonizadas, los trabajadores, los defensores de los Derechos Humanos, los perseguidos políticos, en fin. La lucha por la memoria histórica busca reivindicar la reconstrucción de las identidades de los pueblos, rescatar la memoria pública.
Los trabajos en torno a la memoria son, además de procesos investigativos serios, procesos culturales y políticos que contribuyen a la presentación de miradas diversas, plurales, sobre los hechos acontecidos. La memoria histórica es también, un grito de libertad.
Desde luego tal libertad es molesta para un uribista de la falange como el señor Acevedo que, al igual que José Obdulio o María Fernanda Cabal, asumen que los malos del paseo son todos aquellos que no piensan como ellos o no están a su servicio y que los datos ciertos sobre lo que ocurrió en la guerra están en los archivos de las fuerzas armadas y “la legalidad”.
Para Acevedo, como lo consignó en twitter, la JEP es un “monstruo” y la Comisión de la Verdad una organización “mamerta”. Dijo en ocasiones múltiples que las Fuerzas Armadas y los paramilitares “no fueron actores del conflicto”, además de que “los falsos positivos” no fueron política de Estado.
Frente a un personaje de tal calaña dirigiendo un organismo dedicado a rescatar la memoria, la Coalición Internacional de Sitios de Conciencia con sede en New York, retiró la membresía del Centro Nacional de Memoria Histórica colombiano, pues este organismo institucional, a través de su director, se dedicó a negar en todas partes que en Colombia se hubiera dado un conflicto armado. ¡Un verdadero exabrupto!
Las vivezas de Acevedo, las de Uribe, las de Duque, las de todos ellos, terminarán también consignadas en esta tarea de memoria, que permitirá a las generaciones futuras, entender en su real dimensión, los esfuerzos que hicieron estos truchimanes para eximirse de toda responsabilidad. No lo pudieron lograr.
4 respuestas a «La mala fe de los desmemoriados…»
Excelente escrito y muy cierto. Lamentablemente si un joven lee un texto de historia va a encontrar una serie de MENTIRAS sobre hechos históricos, nos obligaron a rendir culto a quienes asesinaron, violaron a nuestros antepasados y se robaron todo el oro que pudieron que pudieron. Por otra parte los textos alaban lo GRAN PRESIDENTE que fue Álvaro Uribe pero no lo muestran como el gran asesino.
El gobierno manejados por estos personajes han hecho un DAÑO ENORME A COLOMBIA.
Entre las ciencias que acompañan a la historia faltó citar a la etnografía.
Felicitaciones.
Gracias Olga Lucía, por leer. Si, esa historia escrita y acomodada no coincide con la verdad. La etnografía es importantísima, tienes toda la razón, aunque creí haberla referido. Voy a volver a leer
Esta semana compartiré este escrito con mis estudiantes. Gracias
Gracias Yuri, por leer. Un honor tu iniciativa