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Gobernantes en modo Peter Pan

No importa su edad, pueden ser septuagenarios o treintañeros, pero el factor común es su condición de adolescentes eternos. Esa inmadurez galopante que exhiben con orgullo y altanería, los hace instrumentos fáciles de las fuerzas oscuras de la política y del capital, que los utilizan sin contemplaciones. ¡Mírelos nada más! Son narcisos patológicos.

Por Alberto Morales Gutiérrez

El tema de las estirpes es tan antiguo como la historia de la civilización humana, como la historia de las guerras; la de los vencedores y los vencidos; como la historia de las religiones.

Una idea se impuso a lo largo de miles de años: la de que el mundo estaba dividido en dos grupos básicos de personas: una muy reducida casta que había nacido para mandar y las grandes mayorías que habían nacido para obedecer. El gobierno, en este orden de ideas, se ejercía por mandato de Dios y era hereditario.

Tanto en los regímenes esclavistas como en las monarquías medievales, era común que llegaran al poder herederos francamente ineptos e incapaces, cuyas locuras, excesos y fantasías están ahí, registradas como anécdotas desafortunadas o errores fatales, de la vasta historiografía que nutre los escándalos de las familias reales. Hoy, el concepto de la realeza es un auténtico despropósito y, aunque parece inexplicable que aún pervivan monarquías en algunos países, es evidente que este modelo se encuentra en sus estertores.

Pero, como usted ya lo sabe, la historia se repite unas veces como comedia y otras veces como tragedia. No es extraño que la férrea asociación entre la política y el capital, haya engendrado de igual manera otro tipo de castas en las democracias republicanas. Familias y apellidos que se han entronizado en los gobiernos; que se turnan, negocian, medran en los organismos estatales y cuyos beneficios se heredan de generación en generación. Así, de manera recurrente, también se ven en las democracias, sucesores que, como funcionarios, ministros o gobernantes, resultan decididamente mediocres, y pasan a la historia como monumentos erigidos a la incapacidad.

Y en medio de esa mar enrarecida de los artilugios políticos, las manipulaciones mediáticas y las perversidades de los algoritmos en los usos de las redes sociales, ocurrió que las gentes empezaron a habitar en sus propias burbujas; se aniquiló el pensamiento y se masificó la estupidez. Hay que ver el perfil de la gran mayoría de los candidatos que se presentan en las elecciones a lo largo y ancho del mundo. No solo compiten en imbecilidad con influenciadores de la más variada estofa, sino que, incluso, logran ser elegidos. ¡Aparecieron los gobernantes Peter Pan!

No importa su edad, pueden ser septuagenarios o treintañeros, pero el factor común es su condición de adolescentes eternos. Esa inmadurez galopante que exhiben con orgullo y altanería, los hace instrumentos fáciles de las fuerzas oscuras de la política y del capital, que los utilizan sin contemplaciones. ¡Mírelos nada más! Son narcisos patológicos.

Todos los analistas coinciden en afirmar que el cerebro de los adolescentes funciona de una manera muy diferente a como funciona el cerebro de una persona adulta. De allí las diferencias substanciales entre las maneras como un adolescente toma decisiones y resuelve conflictos, y las maneras como lo hace un adulto.

En términos neurológicos se ha esclarecido que, en el adolescente, “sus acciones no son guiadas por la corteza frontal sino por las amígdalas”, y esa es la razón por la cual es propio de los adolescentes: “actuar impulsivamente; leer o malinterpretar las señales sociales y emocionales; envolverse en toda clase de confrontaciones; no pensar antes de actuar y mantenerse tozudamente en el ejercicio de comportamientos peligrosos e inapropiados”. Son incapaces de mirarse.  

Camina el adolescente con la idea de que no tiene que responder a nadie por lo que hace. Se cree inmune y jamás reflexiona sobre las consecuencias de sus actos.

Un Peter Pan como Donald Trump, por ejemplo, exhibe una convicción: “podría disparar a la gente en la Quinta Avenida y no perdería votos”, o describe sin pudores su profesión de fe misógina: “cuando eres una estrella puedes hacer cualquier cosa. Agarrarlas por elcoño, lo que quieras”, y se queda tan campante

Nayib Bukele, que, al igual que Trump, ha hecho de las redes sociales su principal herramienta de expresión gubernamental, suscribe sus mensajes en la cuenta oficial de Twitter con una “irónica” autodefinición: “dictador de El Salvador”, como una manera de responder las críticas serias que se hacen por parte de opositores de su gobierno  y organizaciones internacionales, que denuncian sus cruzadas por cambiar jueces y magistrados de las altas cortes y reemplazarlos con personas que lo apoyen y no lo critiquen. Analistas que ponen en evidencia sus irrupciones en el congreso acompañado de hombres del ejército, armados, para intimidar a los legisladores y presionar el apoyo a sus proyectos; comentaristas que hacen públicas sus persecuciones a la prensa, en fin. Goza incluso construyendo una narrativa según la cual, él es “el dictador más cool del mundo mundial”. ¡La adolescencia en acción, que se alimenta del aplauso de sus seguidores!

Daniel Quintero, por estos lares, miente sin consideración alguna, distorsiona; lo mismo emite juicios de valor y descalifica, que convierte la gestión pública en una gran charada, mientras surgen a diario escándalos de negociados y corrupción que se ejercen sin medir las consecuencias. Trina por ejemplo: “si Petro se le midió a reunirse con Uribe yo soy capaz de ir a un concierto de Marbelle” y deja así, estampada y sin sonrojarse, su manera liviana de analizar “la cosa política” de esta nación.

Es de antología su exhibición en redes cuando difundió el 29 de mayo, estando suspendido de su cargo por participación en política , un baile con algunos de sus compañeros al ritmo de “Bella Ciao”, para celebrar los resultados de las elecciones de la primera vuelta presidencial. Parecía el baile de la victoria de un grupo de estudiantes del nivel 11, luego de conocer su triunfo en la elección del personero.

Se pregunta el periodista español, Alfonso Basallo, reflexionando sobre las pataletas adolescentes de la reina Letizia: “¿Qué ha pasado para que el sentido del deber propio de los adultos se haya sustituido por el narcisismo propio de la edad del pavo?”. La respuesta empezó a darla Gilles Lipovetsky en el ya lejano 1992, cuando se refería al “neoindividualismo” como la impronta de la sociedad del bienestar consumista, la del capitalismo de las necesidades: “se ha edificado una nueva civilización que ya no se dedica a vencer el deseo sino a exacerbarlo y a desculpabilizarlo: los goces del presente, el templo del yo, del cuerpo y la comodidad, se han convertido en la nueva Jerusalem…”

Hace 30 años Lipovetsky intuyó esta “era de la adolescencia” y ya empezamos a evidenciar hoy, con sus dolorosas consecuencias, que tenía toda la razón.

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4 respuestas a «Gobernantes en modo Peter Pan»

Aunque entiendo perfectamente el sentido de tu reflexión y sé que estamos padeciendo en Medellín un síndrome de incompetencia gubernamental muy similar al que vivimos como país, me deja un mal sabor la forma como te refieres a la adolescencia, que de hecho ha sido mal nombrada. Todos los seres humanos “adolecemos” de algo, estamos en falta indiscutiblemente. Creo que las y los jóvenes deben ser vistos con mayor esperanza, ellos y ellas recibirán nuestro legado y creo que debemos estar a su altura, reconocerlos y confiar. Gracias

Gracias Marta por leer. Es razonable tu reflexión. La idea era provocar a esos “adultos” por su comportamiento inmaduro, pero pareciera que termino estigmatizando a los jóvenes…

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