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La maldita soledad…

Por Alberto Morales Gutiérrez

César Vallejo murió en París en 1938. Le bastaron 46 años para convertirse en uno de los grandes poetas de la lengua castellana. Murió angustiado con el mundo que lo tocó vivir. Fue un auténtico humanista.

“Los nueve monstruos” es uno de sus poemas emblemáticos. Lo escribió en 1937, poco menos de un año antes de morir. El texto es desgarrador: “Y, desgraciadamente, /el dolor crece en el mundo a cada rato, /crece a treinta minutos por segundo, paso a paso, /y la naturaleza del dolor, es el dolor dos veces /y la condición del martirio, carnívora, voraz, /es el dolor dos veces /y la función de la yerba purísima, el dolor /dos veces /y el bien de ser, dolernos doblemente…”

Está impactado por las atrocidades de la guerra civil española. Sus biógrafos refieren el agobio del poeta con “la decadencia de los sistemas morales y éticos”, con el horror de la validación de la guerra como “forma de pervivencia en el poder” lo que, a su juicio, carecía de sentido.

Vallejo expresa en el poema, que estamos acorralados: “Jamás, hombres humanos, /hubo tanto dolor en el pecho, en la solapa, en la cartera, /en el vaso, en la carnicería, en la aritmética! /Jamás tanto cariño doloroso, / jamás tanta cerca arremetió lo lejos, /jamás el fuego nunca / jugó mejor su rol de frío muerto!”.

No, Vallejo no fue testigo de la barbarie exacerbada en la Segunda Guerra Mundial, ni del espanto criminal de las bombas atómicas. No pudo atestiguar la debacle tóxica desencadenada por las redes sociales, ni ser espectador de esa soledad aterradora en la que nos hemos instalado, “felices”, cumpliendo el mandato de vivir bajo los postulados de “primero yo, segundo yo y tercero yo. Pero Vallejo parece presentirlo: “El dolor nos agarra, hermanos hombres, /por detrás, de perfil, /y nos aloca en los cinemas, /nos clava en los gramófonos, /nos desclava en los lechos, cae perpendicularmente /a nuestros boletos, a nuestras cartas…”

No calculó Vallejo la dimensión de la enajenación a que seríamos sometidos en pocos años, la manera aberrante como nos fueron anestesiando para que no hubiese dolor por nada de lo que ocurriera a nuestro alrededor. Su presentimiento no llegó a vislumbrar que el tema más doloroso de estos tiempos es la soledad consentida, la soledad buscada, la soledad ejercida bajo la certeza de que es lo mejor que nos pueda haber pasado.

Cada quien, instalado en su microcosmos, en su muy pequeñito y reducido mundo, se engolosina con los “likes” que desencadena el hecho de que haya difundido una fotografía suya tomada en frente del espejo del ascensor, para “contar” cómo fue que inició su día.

Solos, en la pecera, tenemos la idea de que, el ser observados, nos exime de la soledad.  

Instalados en la idea absurda de que las personas solas son las ancianas y aquellas que tienen la “desgracia” de no tener internet ni redes sociales, pasamos agachados frente a las cifras que arroja la información estadística sobre la soledad.

Lo cierto es que la Organización Mundial de la Salud -OMS- considera que se trata de un problema de salud pública de dimensiones globales. Tedros Adhanom Ghebreyesus el director general de esa organización, hizo énfasis en que “las personas afectadas por la soledad y el aislamiento social corren mayores riesgos de sufrir problemas tales como ansiedad, demencia, depresión, tendencias suicidas o ataques al corazón”.

Se la ha definido como una pandemia silenciosa que impacta hoy a todos los rangos de edad, todos los rangos de ingresos, todos los oficios, todas las vidas de las gentes.

Un experto de la OMS expresó en noviembre del 2023 que “ahora sabemos que la soledad es un sentimiento común que experimentan muchas personas. Es como el hambre o la sed. Es una sensación que nos envía el cuerpo cuando nos falta algo que necesitamos para sobrevivir”.

Gilles Lipovetsky lo advertía en sus ensayos sobre la era del vacío, cuando hacía referencia a la supresión de lo trágico en la sociedad posmoderna y la tendencia a que las personas vivieran solas. Hoy es un hecho. Se mencionan factores sociales, económicos y culturales: “soltería elegida, jóvenes que prefieren viajar, mayor migración laboral y un mayor número de adultos en plenitud viudos o solos”. La conclusión es inequívoca: “esta condición de soledad que podría augurar mayor libertad y plenitud, implica también una suerte de abandono y despojo social”. Reflexiona en el sentido de que la soledad de finales del siglo XX es una soledad indiferente porque se ha convertido en una banalidad al igual que los gestos cotidianos. Ya no hay un desgarramiento por el otro, por sus urgencias y necesidades del otro. Vivimos bajo el imperio de la apatía.

Otro experto, Roman Gubern, destaca el concepto de “la soledad electrónica”, que se vive en ese entorno que ha arrojado a las personas al “biosedentarismo físico, intelectual y emocional”. El “homo informaticus” paga -dice él- un precio emocional con una vida de pobre nivel social, cultural. “Los seres encerrados en la aparente seguridad y confortabilidad del hogar, no resuelven las necesidades vitales básicas y viven las consecuencias de la nueva soledad”.

Pero, tal vez quien mejor describe este drama contemporáneo es Zygmund Bauman, cuando destaca que todos los individuos están solos aunque se encuentren en medio de la masa digital y virtual que, bajo la forma de interacciones inmediatas y superficiales, les impide la experiencia de la soledad íntima, fecunda.

Rodeado de seres virtuales en un espacio digital masificado, no hay exigencias de compromiso alguno ni consigo mismo, ni con los otros.

¿No ha notado usted el número de los suicidios a su alrededor?, ¿las expresiones crecientes del síndrome de pánico, de la depresión? Son experiencias dolorosas que están cerca, cada vez más cerca de nuestros entornos. Podría decirse hoy, y parafraseando al poeta César Vallejo, que desgraciadamente, la soledad crece en el mundo a cada rato, crece a treinta minutos por segundo, paso a paso, y la naturaleza de la soledad, es el dolor dos veces…

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20 respuestas a «La maldita soledad…»

Es un drama! Por eso como recomienda el sicólogo Walter Rizo hay que buscarse un amante: La lectura, la escritura, el dibujo, la música, el baile…aunque, indiscutiblemente, nada reemplaza la enriquecedora compañía humana. Habría que entenderlo mejor

Bueno y acertado artículo. Es el problema de hoy. El gran problema de hoy, porque a diferencia de los otros, que se ven, se perciben, se palpan, este es invisible, imperceptible.

Hola Benjamín, muchas gracias por leer y comentar. Pienso como tú que la “invisibilidad” del tema de la soledad es una de sus características más dolorosas.

Gracias querido Alberto Morales

Que profunda y sentida reflexión, en .i caso veo la soledad en los demás y busco en mi la compasión, la comprensión y mi propia compañía.

Voy viviendo bajo la premisa de ama a tu prójimo como a ti mismo.

Buenos días Carlos. Muchas gracias por tu lectura y comentario. Es cierto. Mirar al otro es una alternativa (¿la única?) que permite romper ese cerco. ¡Abrazo!

“Estoy tan sólo, amor, que a mi cuarto sólo sube peldaño tras peldaño, la vieja escalera que tráquea”. Juan Manuel Roca.
Hombre Morales, pienso que esta es la mejor definición de la era digital.
Vos, tan certero como siempre…

¡Hola Camilo! gracias por pasar por aquí. Ese poema de Roca me ha conmocionado desde siempre, es tan gráfico, tan profundo. ¡Abrazo!

Lo único claro es q es una decisión sobre la q no se puede opinar.
Mentes tan brillantes como Stephan zweig, yo he tejido una frase sobre su decisión
Zweig le quedó grande al mundo y el mundo ( con los dramas q le tocó vivir) le quedó grande a zweig
Feliz dia

Hola Juan. Es muy grato verte por aquí. Muchas gracias por leer y comentar. El suicidio de Zweig y los grandes periodos de aislamiento que vivió no son para ser discutidos. Estoy de acuerdo contigo, ningún suicidio debe desencadenar un debate sobre las motivaciones íntimas que lo originan. Pero sí creo que reflexionar sobre la soledad en la perspectiva de que es caldo de cultivo para muchas tragedias existenciales, puede contribuir a tener otras perspectivas. Abrazo!

Hace poco conocí a Mary Midgley. Con un tono simple y descargado de academia esa mujer lo hace uno pensar y sentir, así como tú.

Su perspectiva que el mal viene de adentro, de la ausencia de virtudes como la generosidad, la valentía y la amabilidad me hace pensar que es esa ausencia interna lo que nos impide conectar.

Pero, nos sumimos en la soledad porqué no sabemos cómo algo más que nosotros es y puede ser importante? Porqué el mundo que nos tocó es tan doloroso que bloquearlos de lo que sucede hace la vida más “vivible”? Porqué somos unos cobardes? Porqué somos muy sensibles y esta actitud es un mecanismo de defensa?

Desde aquí, desde las graderías de una generación conectada, desde un oficio que depende tanto de lo digital te leo y me siento identificada y al mismo tiempo no completamente vista.

Cataaaaa, no sabes cómo me emociona verte por aquí. Me gusta mucho tu lectura y que comentes. Tu reflexión generacional es muy importante para entender todo esto. Abrazoooooo

Alberto le diste en la cabeza al clavo de forma magistral..
El preámbulo con Vallejo pelando el guayo en el 38 da preciso con el paralelo entre la segunda guerra mundial y esta tercera que esta adportas causándonos exactamente lo mismo.
Si, los que estamos solos en estos momentos por diferentes circunstancias podemos observar con atención el creciente indice de colapsos no solo personales sino estructurales.
Eso de que las multitudes anden mesmerizadas con el celular es algo mejorado que viene desde la primera gran guerra. El mismo orden con otro mecanismo.
Gracias Alberto.

Eduardo hola. Muchas gracias por tu lectura y comentario. Es cierto, se trata de un orden preestablecido con una vocación destructiva de dimensiones inimaginables.

La soledad no es estar solo. Es no tener nada por dentro. Lo demás, son personas que van y vienen. Algunos permanecen, te miran… y se quedan… también solos.
El dolor de la soledad es el vacío en el vacío. Es más que un dolor, es el no ser, una nada hueca, sin sentido. Más que un lamento, sentirse solo es estorbar, estorbarse.

Hola Juan Fernando. Muchas gracias por tu lectura y comentario. Me impacta tu definición de la soledad, la manera como describes el dolor de la soledad y tu reflexión sobre estorbarse…hace que el dolor se acreciente.

“Hola soledad! No me extraña tu presencia, solo quiero estar contigo, te saluda un viejo amigo….(..)”

Los que creemos en la fé verdadera de que Dios nos acompaña difícilmente caemos en el vacío de la soledad. Tanto por hacer bueno y bien en este mundo no da espacio para la soledad.

Interroguese usted a ver si vale la pena la soledad?

Hola Carlos Arturo. Agradesco mucho tu lectura y comentario. Desde luego que esa soledad de la que estoy hablando no vale la pena, es una soledad destructiva, impuesta, enajenante.

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